Los trastornos de alimentación clásicamente se han relacionado con la cultura del mundo occidental,  el culto a una imagen normativa, en consonancia con una sociedad vanidosa, que prima la belleza en molde, la belleza prototipo, estática y pautada, donde la apariencia se relaciona con el poder y el reconocimiento.

La narrativa dominante respecto a los trastornos de alimentación que llega a la mayoría de los estudiosos de la materia y a la sociedad en general, es la de trastorno de alimentación como enfermedad, que según el modelo bio-psico-social imperante, está causado por un entramado de factores predisponentes y precipitantes (rasgos de personalidad, características familiares, sucesos estresantes…) y que, concretamente, la anorexia se caracteriza por una negativa a alimentarse o un miedo desproporcionado a engordar acompañado de una alteración en la percepción del peso, la talla o la silueta corporal y un pensamiento obsesivo acerca de la comida, las calorías y el cuerpo.

Estás características psicopatológicas “propias” de la anorexia son rescatadas de comités de expertos en la materia y de investigaciones científicas tradicionales reduccionistas, cuyas teorías y modelos explicativos de base les llevan a escudriñar con precisión cualidades defectuales de distinto tipo (cognitivas, neurobiológicas…) que den cuenta de manifestaciones comportamentales y psicológicas situadas al margen de los distintos criterios normativos de salud mental.

Siguiendo a Rafael Matas, Psicólogo Clínico y Supervisor docente en Psicohuma, ante la demanda creciente, la psicología y la medicina suelen responder, quizás como autodefensa frente a la impotencia terapéutica, con un amplio despliegue de datos de  psicopatología, de manifestaciones clínicas y la evolución de la anorexia como “enfermedad”.

Desde esta perspectiva, la condición de enferma, paradójicamente, pone en marcha un engranaje discursivo en la red social y asistencial que termina teniendo a estas mujeres cautivas de una identidad de “anoréxicas”, diluyendo su capacidad y su potencialidad de asumir responsabilidad por sus actos y de constituirse en sí mismas socialmente como agentes de sus propias vidas.

Dirigir la mirada al síntoma, y olvidar a la persona y su complejidad, no es algo fortuito que ocurra exclusivamente en los trastornos de alimentación (hágase una analogía con el trastorno de déficit de atención con/sin hiperactividad, tan de moda en estos tiempos posmodernos, y con consecuencias devastadoras para los niños), en esencia es la manera de proceder, empíricamente validada, ante cualquier manifestación juzgada por profesionales como anormal y que requiera la participación de un experto neutral que psicoeduque y/o medique  al paciente sintomatológico, y mediante pruebas de realidad y verdades como puños, consiga redirigir su pensamiento defectuoso y su proceder insólito.

En consonancia con lo expresado por Tom Andersen “No puedo describir aquellas partes de la vida a las que no presto atención y sobre las cuales, por ende, no me concentro”, y trasladado al ámbito de los trastornos de alimentación, existe el riesgo de concentrarnos en todo un despliegue de sintomatología centrada en la delgadez  y negativa a comer haciendo que los arboles no nos dejen ver el bosque. Y este bosque no es otro que la persona individual única que sufre y construye su experiencia en un contexto determinado y complejo con distintos niveles de influencia recíproca.

Por nuestra parte, y queriendo ir más allá de los trastornos en la alimentación, al ser estos síntomas una consecuencia de un problema más complejo, planteamos un modelo explicativo basado en nuestra experiencia clínica con personas diagnosticadas de anorexia nerviosa.

Desde nuestro punto de vista,   la anorexia, en algunos casos equivale a un rechazo radical de la comida, del cuerpo, de sí mismo, como un modo de permanecer estáticas, en una actitud que atenta contra la misma naturaleza, lo que equivale a la autodestrucción. Desde esta posición, la paciente (en el 90% de los casos son mujeres) rechaza doblegarse a las exigencias de un entramado social (gobernado por la opulencia-saturación y el papel nutricio de la mujer) que acarrea su aniquilación como persona, al igual que su cuerpo rechaza la ingestión de comida. En definitiva, es en esta posición donde la salud está gravemente amenazada.

 

En otros casos, los más frecuentes afortunadamente y aquellos con un mejor pronóstico en todos los sentidos, el síntoma anoréxico no equivale  tanto a un rechazo, sino a una problematización de la comida, de la imagen corporal, de las relaciones familiares y sociales. En un discurso social basado en la competitividad, el individualismo y el éxito, el único objetivo es el ser distinta, transformar sus condiciones de vida, por una  tendencia a sobre valorar a los demás y despreciar lo que ellas son. Desde esta posición, la paciente se rebela contra su aspecto físico, de lo único que se siente dueña es de su propio cuerpo y hacia él encamina todos sus esfuerzos.

En un mundo donde no hay lugar para otra cosa que no sea la competitividad y el éxito, muchas personas se  sienten a sí mismas despreciables. Todas las comparaciones se transforman en  una mortificación, conformando un auto concepto y una autoestima muy deteriorados. En definitiva, desde esta posición, la paciente con sintomatología anoréxica buscaría con su actitud una especie  de autodefinición, construir un modo de verse a sí misma distinto que autoafirme su propia existencia individual.  Para estas mujeres lo importante,  en el fondo, no es estar delgadas, sino  llegar a ser ellas mismas. Lo que habría  que procurar es que, para ello, no tuvieran que pagar un precio tan alto.

¿Qué dice la anorexia? Una mirada crítica a los abordajes psico-comunes.
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